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BODEGÓRUM

Bodegón con San Serapio y un cernícalo colgado

 

para Patricio Hidalgo

 

¿Compraste una habitación para tu nube, entonces,

un alero de donde colgarte, un rincón? Cuando pienso

en subir esas escaleras, precuela de chimenea y piedra,

no lo sabes, pero el pulmón en blanco se llena de

 

color por adelantado, como un moretón floreciente

antes de que caiga el puño. Zurbarán también pagó

el precio, y Velázquez. He estado allí, así que lo sé,

la habitación no es una herida sino un hambre, no un

 

agujero sino un mar. Zurbarán compró su blanco a

costa del gasto del azul, hay un azul que falta que si

hubiera sido costurero sabría que es la costura que

une ahí donde la violencia al cuerpo desata el mundo

 

delante, los intestinos brillan como ojos furiosos

en la suciedad de principios de verano, el calor

ha llegado demasiado pronto este año. Deben haber

sido tres, las palmas de las manos apretadas como santos

 

contra la pared, las bocas redondas y abiertas hacia

abajo como animales marinos quemados en el cuello

vomitaban sus ganas de ver en el extranjero para

estar donde sea sino en casa pero podrían haber estado

 

en cualquier lugar, chicos ciegos por el juego,

los pobres no habrán sobrevivido el sol.

Cuando lo destriparon, ya estaba colgado,

encordó como un ciervo andante en el palo,

 

demasiado tarde con el dinero, dicen, un rescate

nacido muerto, nadie ofrece un corazón, ni ojos

en un plato. Una blancura absoluta que excede

los ojos una oración, una retención abandonada

 

en una rama como un pez olvidado en el bosque, el

último ahorcado, una pausa. Hizo el viaje también

de Escocia a España, nos dejó sus tripas

también en la tierra salada. No sabía que sería

 

martirizado por un duro, un centavo Thatcher,

la oportunidad de cobrar la tarde negra, resplandor

blanco como una borrasca, el mismo sonido in-

vernal que hicieron los cerdos detrás del cole,

 

 

mil veces ciento cien mil, ¿es lo que pondrás

sobre tu mesa? ¿Qué has rescatado

por el deseo? ¿Cuál es el precio de sacar la luz

de la sombra, de hablar en la oscuridad para

 

decir mi cabeza sí yace así, pero aún pronuncio,

así pronuncio? esta mortaja de plomo blanco y

de linaza, ¿puede ver a través de ella las heridas que

llevo, el precio que pagué por un rincón de carne, una

 

mano, un ojo, una palabra atada a la tripa? El cernícalo

llega primero, cosa salvaje, nos enseña cómo

devorar nuestro querer, nuestro tenue orgullo, la mano

que se mueve un momento hacia el cuello, un humo

 

que se aleja. Antes de colgarlo nos deja como

cualquier buena ama de casa los huesos brillantes,

el blanco que grita, el hecho del asunto y

un pico fino. Cuajado de la médula que ata.

 

                                                        KEBishop, 5.2022

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